#46
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que yo abro y la cama que destiendo.
Mi hogar es ningún sitio y
me he acostumbrado al frío.
Así que ahora que me abrazas
con esta benevolencia que solo
tienen tus ojos me aferro a tus
caderas como cuál niño asustado
en el pasillo de un supermercado a su madre al sentirse perdido.
Mujer, ¿eres acaso tú la magnanimidad que la vida me prometía de la cual hablaron todos en esos poemas rancios que ya nadie lee?
¿Acaso eres tú la sombra del roble que añore en mi niñez?
¿Acaso eres tú la que reparara mi aldea y reconstruirá los puentes hacia mi vientre herido de tanto puñal clavado sin pena?
Te miro tanto y me aterro.
Me aterro porque mi casa es ningún sitio y ahora que te miro mi alcoba se pinta de cielo y de abrigo y siento que pronto un viento enorme llegara y apagara esta vela que has colocado justo en medio de mi soledad aprendida... y me aterro.
Me aterro como cuál mendigo sin hogar, sin comida y sin abrigo, sin pena y sin gloria, dispuesto a nada y preparado para todo lo que nunca ha de llegar.
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